15 de julio de 2009

La voz extraña y el camino de la escritura


Fabián Casas sobre la escritura:

"Cuando escribo algo, tengo como mínimo dos sensaciones: una, que es algo escrito por mí, que me satisface y me representa. Tengo, después un largo tiempo haciéndolo, cierto oficio. Cualquiera adquiere una habilidad si se empecina en eso. El periodismo, por ejemplo, es puro oficio. Pero resulta que uno siente que el escritor debe ir siempre en contra de su habilidad. De manera que esos textos que parecen tan redondos y buenos son en realidad falsos amigos. Así que los dejo de lado o los intervengo hasta que escapan a mi control y empiezan a drenar la voz extraña. Entonces los relatos o los poemas me empiezan a dar verguenza ajena, incertidumbre y todas esas sensaciones con las que es mas difícil convivir. Ahí sé que —mas allá de los logros— estoy, como quería Kerouac, en el camino."

El texto completo lo encuentran acá



14 de julio de 2009

Lecturas en conflicto



Dice García Canclini en "Quién habla y en qué lugar: sujetos simulados y postconstructivismo" (de un libro fenomenal: Diferentes, desiguales, desconectados. Mapas de la interculturalidad):

"En la medida en que el especialista en estudios culturales o literarios o artísticos quiere realizar un trabajo científicamente consistente, su objetivo final no es representar la voz de los silenciados, sino entender y nombrar los lugares donde sus demandas o su vida cotidiana entran en conflicto con los otros. Las categorías de contradicción y conflicto están, por tanto, en el nucleo de este modo de concebir la investigación. No para ver el mundo desde un solo lugar de la contradicción sino para comprender su estructura actual y su dinámica posible. Las utopías de cambio y justicia, en este sentido, pueden articularse con el proyecto de los estudios culturales, no como prescripción del modo en que deben seleccionarse y organizarse los datos sino como estímulo para indagar bajo que condiciones (lo real) pueda dejar de ser la repetición de la desigualdad y la discriminación, para convertirse en escena del reconicimiento de los otros."



9 de julio de 2009

Una ciudad partida en dos


Muy buen documental sobre las enormes desigualdades que existen en el sistema educativo porteño entre el sur y el norte de la ciudad.


El sur también existe from ACIJ on Vimeo.

1 de julio de 2009

La escritura personal de los jóvenes: apuntes sobre una práctica invisible


Cada uno crea
de las astillas que recibe
la lengua a su manera
con las reglas de su pasión
-y de eso, ni Emmanuel Kant estaba exento.
(“Arte de narrar”, Juan José Saer)


En el Club de Jóvenes, un espacio de educación no formal que tiene lugar todos los sábados en las escuelas de Buenos Aires, Luis va regularmente a jugar al fútbol y reunirse con sus amigos. En el club funciona una biblioteca y un taller de escritura, pero Luis, aunque dice que le gusta escribir sólo pasa y charla con Gimena, la tallerista. Cada tanto, en medio de alguna conversación, aparece alguna idea que Luis considera adecuada y le dicta un texto completo a Gimena o a quien encuentre a mano con un lápiz y una hoja. Casi nunca redacta sus textos, sólo dicta.

También en el Club de Jóvenes, Karen escribe poesías de amor y breves reflexiones en las que se pregunta sobre el sentido de la vida y Jesús ha escrito varios poemas en prosa en la puerta de su casa, cuando está aburrido. Joni, boxeador amateur de 18 años, dice que no le gusta escribir pero cada tanto se entretiene registrando en la computadora algunas de sus peleas. No escribe a mano porque se cansa y, afirma, tiene “fea letra”.

Valmir, director del centro Conviven de Ciudad Oculta, cuenta que algunos chicos del barrio que se juntan a bailar hip hop suelen hacer desafíos de rimas via chat. Se encuentran en el Messenger y rapean como si estuviesen uno frente al otro, en lo que la cultura del rap se llama free style, desafíos de improvisación rimada.

Diarios íntimos, cuadernos con recortes y frases copiadas de internet o de algún libro de poesías, letras de canciones, escrituras digitales que viajan vía mail, graffitis garabateados en una pared, cartas escritas desde un instituto de menores que declaran: “esta letra pide perdón y mi carta contestación”, poemas escritos en un centro educativo de una zona difícil de la Capital, en donde un grupo de chicos recuerda a un amigo ausente, son parte de un universo rico y complejo en el que la escritura aparece tramada con las vidas de muchos jóvenes.

Solo basta afinar un poco el oído, agudizar la vista más allá de las representaciones habituales sobre lo que es “escribir” para encontrarnos rápidamente con un conjunto de prácticas muchas veces alejadas de nuestra propia relación con la escritura, pero que atestiguan una actividad intensa y personal en la que la letra escrita es vehículo de historias, lenguajes sociales y modos de articular la experiencia.




La escritura de los “sonidos internos”



En una entrevista que ya tiene algunos años, el poeta argentino Alberto Girri contaba cómo se había iniciado en la escritura:

Recuerdo que el haber aprendido a descifrar lo que es una palabra escrita –o al menos balbucearla- ocurrió en mí contemporáneamente con el hecho de identificar lo que veía escrito con la posibilidad de transformar todo lo que me acontecía interiormente en eso mismo que veía escrito (…) Lo que primero me impresionó fue el lado en apariencia mágico y ritual –por así decir- de la escritura; algo que permitía que la palabra escrita en forma de signos (…) tradujese algo que eran sonidos internos, y que a la vez implicaban situaciones y sentimientos internos. Así, escribía pequeñas cosas –frases, descripciones- aunque no imaginándolo como literatura sino, más bien, como si poseyera un juego que consistía en expresar en forma escrita algo que me ocurría a mí. Y, además, intuyendo que ese juego adquiría alguna vez un carácter permanente, que llegaría a trascenderme y alimentar tanto mi vida cuanto la de otros.[1]

La evocación de Girri es rica e interesante porque cifra de alguna manera la tremenda eficacia para generar escritura que tiene ese encuentro con palabras “mágicas” que parecen traducir “sonidos internos”.

Todos alguna vez hemos escuchado –y hemos dicho- “escribo para desahogarme” o “para llenar un vacío”. La escritura personal conforma un espacio amplio y heterogéneo de prácticas con lo escrito de gran impacto en los jóvenes. Escritos más relacionados con la intimidad, como diarios y poemas, pero también otros que apuestan a la imaginación y a la invención de historias, son ante todo formas de tomar por asalto el lenguaje escrito para referir experiencias, afectos, delirios y formas de estar en el mundo. Para poner en juego la propia voz, incluso más allá de las pautas adultas de corrección o legitimidad.

Sin embargo es preciso reconocer que la escritura personal de los jóvenes no tiene buena prensa. En principio porque suele quedar confinada en un territorio difuso y generalmente subestimado por los adultos. Pareciera que lo único que podemos leer allí es un repertorio de sentimentalismo adolescente o, con insistencia en el caso de los jóvenes de los sectores populares, un índice del deterioro sociocultural de varias generaciones que han crecido a la sombra de la mayor crisis argentina de su historia. Nos hemos acostumbrado a una suerte de determinismo social que no nos deja ver en las producciones personales de nuestros alumnos más que pobreza cultural o relatos que nos hablan de vidas difíciles o en peligro.

Lo que tal vez haya que replantear es si no hemos construido una mirada demasiado sesgada y simplificadora de la relación de los jóvenes con la escritura. Una mirada que no nos deja ver los caminos heterogéneos y complejos por los que entran y salen de la cultura escrita, hacen uso de ella con fines específicos y construyen espacios de sociabilidad en torno a la letra escrita. Todo esto en intersección con la escuela o más allá de ella, en espacios propios o aquellos compartidos con los adultos.



Espacios de escritura personal: entre los subjetivo y lo social

Históricamente la escuela ha sido la institución encargada de difundir la cultura escrita en nuestras sociedades. Sin embargo más allá de sus fronteras y en buena medida gracias a ella, existe una profusa actividad de escritura que desborda permanentemente los límites y los modos habituales con los que solemos representarnos la escritura.

En este sentido resulta interesante indagar sobre los modos en que los jóvenes acceden a la cultura escrita más allá incluso de los espacios previstos para el aprendizaje. Si bien la escuela ha sido y es determinante en la difusión de la escritura, no sólo se lee y se escribe en los espacios escolares. La cultura escrita existe y se expande por fuera de las aulas. Los jóvenes acceden a la escritura de muchas maneras, en espacios diferenciados y con propósitos diversos.

¿Cuáles son esos espacios que provocan la escritura? ¿Cómo se relacionan con otras experiencias históricas, sociales, culturales? Estas preguntas abren un universo de problemas y preguntas apasionantes para los que trabajamos con jóvenes. Es un hecho que más allá de las declaraciones un poco apocalípticas que alertan sobre el repliegue de la cultura escrita en favor de la audiovisual, la escritura y el impreso todavía porta un inestimable valor simbólico. Es el caso, por ejemplo, de muchas experiencias de trabajo en espacios de educación no formal que nos revelan la importancia que tiene para muchos chicos la posibilidad de publicar lo que escriben.

Desde hace más de un año, el Programa Club de Jóvenes del Ministerio de Educación de la Ciudad de Buenos Aires lleva adelante un proyecto de lectura, escritura y narración oral destinado a los chicos que sábado a sábado concurren a las escuelas para realizar actividades deportivas, artísticas y recreativas. Muchos acuden a los talleres de escritura que se ofrecen en algunos de los clubes y otros acercan sus textos para que un adulto receptivo y atento los lea y haga una devolución. A fines del año 2006 el programa publicó el libro Poner el pecho[2] con poesías, cuentos y otros textos más “inclasificables” escritos en esos talleres o que fueron apareciendo cuando la propuesta del libro se hizo pública. Quizás una de las revelaciones más interesantes para los que participamos del proyecto fue toparnos con el alto valor simbólico que para muchos jóvenes tenía la posibilidad de verse publicados en un impreso, convertidos en autores de pleno derecho.


Sin embargo, más allá del proyecto puntual de publicación, la experiencia de Club de Jóvenes, como tantas otras experiencias educativas similares, nos está mostrando que estas escrituras necesitan espacios de intercambio y socialización.

Tradicionalmente la escritura personal ha sido entendida como sinónimo de “expresión de sentimientos”, como catarsis, y se ha prestado menos atención a los circuitos sociales por los que esas escrituras circulan o podrían circular. En los hechos, espacios del “más allá de la escuela”, como Club de Jóvenes o los centros educativos barriales, se vuelven lugares de fuerte circulación de escritura, entre los jóvenes o con un adulto que oficia de lector, en un taller donde un grupo de chicos escribe una anécdota barrial o inventa una historia a partir de una consigna y la comparte con los demás, pero también cuando un adulto recibe un texto garabateado en un papel a la espera de un comentario o una opinión. De una forma o de otra, se trata de pensar cómo muchas escrituras personales se hacen visibles y encuentran lectores.

En este sentido desde el inicio del proyecto de publicación al que nos referimos fueron muchos los chicos que se acercaron a los docentes encargados de taller para decir “yo también escribo”, “después voy a traer algo para que lea” o “traje este poema para que me corrija las faltas de ortografía”. Por supuesto muchas de esas escrituras se perciben como íntimas y difícilmente se comparten con un grupo de pares, sin embargo están pidiendo un lector adulto, alguien “que sepa”, para dar un consejo, “corregir la ortografía” o dar su impresión de lector.

Son muchas las preguntas que estas situaciones nos presentan ¿cómo comentar esos textos? ¿cómo potenciar al escritor sin inhibirlo? ¿cómo conseguir que esas escrituras personales se intercambien en el grupo de pares sin que eso se viva como una invasión a la vida privada?

Lo que resulta claro es que la escritura personal no es sólo un asunto privado, sino que necesita espacios sociales para mostrarse y encontrar lectores interesados e interesantes de los textos. Como adultos indudablemente tenemos una responsabilidad sobre eso.

O por lo menos cada vez que un joven escritor nos pone delante de un poema que ha escrito nos recuerda que algo de lo que podemos decirle es valioso, que somos lectores “legitimados” y que esa legitimación no sólo consiste en decir “seguí adelante” con una palmada en el hombro, sino que tiene que ver, más de lo que pensamos, con nuestra tarea docente: portamos un saber que los chicos de alguna manera reconocen y quieren tener (a pesar de que el sentido común diga y repita lo contrario).

Poner en juego ese saber sin inhibir la escritura, sin sonar elitistas o demagógicos, es un desafío que nos exige más como lectores. Nos demanda una mirada más aguda que nos permita leer en esos textos algo más que sentimientos o historias privadas, una mirada que pueda devolverle a quien escribe un comentario que potencie su experiencia con la escritura, que lo ayude a volver sobre lo que ha escrito con más distancia y reflexión, que le dé un consejo sobre un procedimiento o un truco que puede resultarle útil –casi como un escritor experimentado que transmite las reglas del oficio- o que le muestre cómo lo que ha escrito forma parte de una tradición literaria que nos pertenece a todos.

Todo, repito, sin ser elitistas o demagogos. Una tarea, diría, de lectores sutiles.


Escrituras personales: formas de apropiarse de la cultura escrita

¿Pero que es eso personal que se juega en estas escrituras?

La respuesta tal vez haya que buscarla en el tipo de relación que proponen entre los jóvenes y el mundo de la escritura. Una relación que no es sólo “expresiva” en el sentido clásico, sino que cubre un registro más amplio y define una posición de autoría sobre los textos.


Más allá de que esas producciones hablen o no de la propia vida, las escrituras personales ponen en escena la voluntad de apropiarse por un momento del incesante murmullo del lenguaje para ponerlo a jugar a favor propio. Inclusive más allá o contra lo que los “propietarios” de la lengua –las instituciones que en toda sociedad intentan resguardar la “corrección”- pretendan.

Judith Kalman, antropóloga mexicana que viene trabajando desde hace años en la investigación sobre prácticas de escritura ha señalado:

“Para (el lingüista y crítico literario ruso) Bajtin el aprendizaje implica la apropiación discursos, es decir el proceso de convertir las palabras ajenas en propias. Plantea que el lenguaje siempre pertenece, aunque sea parcialmente, a otros: Se convierte en la propia palabra únicamente cuando el hablante lo llena con sus propias intenciones, sus propios acentos, cuando se apropia de la palabra y lo adopta para sus propias intenciones semánticas y expresivas. Previo a este momento, la palabra no existe en un lenguaje impersonal y neutro, porque existe en la boca de otras personas, en el contexto de otras personas, al servicio de los propósitos de otras personas; es de aquí que uno deba expropiar la palabra y hacerla suya”[3]

Desde la perspectiva que nos propone Kalman, el lenguaje nunca es “impersonal”, es decir las palabras siempre existen en contextos sociales, culturales, concretos, en boca de personas “reales” y en el marco de instituciones que regulan la circulación de los discursos. El acto de volverlo personal es una acto en buena medida conflictivo, en tanto supone poner al servicio de nuestros propósitos palabras que tal vez para otros tienen otros sentidos, otros usos y se dirigen hacia objetivos distintos.

El punto crucial aquí es cómo se juega esto en las producciones de los jóvenes, cómo vuelven personal esa marea discursiva que nos rodea como una atmósfera, cuáles son los modos en que hacen suyo por un momento saberes y prácticas que vienen de la escuela por supuesto, pero también de más allá: del cine, la televisión, de otras lecturas, de la música y otras experiencias con la cultura. Cómo se entecruza ese universo personal, reflejado tanto en un poema desbordado de tópicos románticos como en las fórmulas típicas del chateo o la escritura de mails, con las demandas de escritura de los espacios educativos.

Un entrecruzamiento complejo y muchas veces difícil para los docentes. Lo que no puede olvidarse es que las personas, los jóvenes, mantienen un rol activo frente a las prácticas culturales. Como nos recuerda Kalman, más allá de esas palabras que pronuncian las instituciones por boca de sus agentes, los docentes por ejemplo, los jóvenes hacen usos propios –intensos, novedosos, conflictivos, estereotipados, “aberrantes” para muchos- de la escritura. Hacen sonar el lenguaje con la cuerda de sus propias experiencias y necesidades.


Literatura y escrituras personales


Uno de los aspectos más relevantes para pensar las escrituras personales de los jóvenes es el modo en que ponen en juego cierta dimensión literaria. Se trate de narraciones, diarios o de esos escritos menos tipificables que “hablan de la vida”, las escrituras personales se cruzan de maneras diversas y muchas veces sorprendentes con formas discursivas vinculadas a tradiciones literarias muy reconocibles. Hacen uso de estrategias y tópicos propios de la literatura para contar historias o desplegar la subjetividad por escrito.

Estas verdaderas apropiaciones estéticas con fines muy específicos desafían la mirada usual que se tiene sobre la escritura juvenil. En principio porque abre un panorama más interesante sobre los saberes que posee alguien que escribe y aquellos que supuestamente debería tener para desarrollar habilidades más complejas de escritura. Muchos conocimientos puestos en juego desde la práctica en diarios personales y escrituras “íntimas” permanecen fuera del campo visual de la escuela y de las instituciones que determinan qué significa “saber escribir”. Incluso fuera de la propia percepción de los propios chicos que escriben. Muchos alumnos afirman rotundamente que “no saben escribir” porque restringen ese conocimiento a la normativa ortográfica o a un género específico de la escuela. Sin embargo, pueden ser hábiles narradores o escritores de cartas y poemas.

La lingüista francesa Claire Blanche Benveniste decía, refiriéndose a una situación de trabajo con maestros:

“Nosotros corregimos la ortografía y la puntuación de los textos “escritos” y cuando estuvo listo, los maestros de la escuela se sorprendieron de las cualidades literarias que podían ver en ellos. Se preguntaron dónde podrían haber aprendido esos alumnos a escribir de esa manera; no podían haber sido en los libros, porque aparentemente nunca había leído un libro; tampoco mediante la enseñanza escolar, ya que eran tan malos alumnos… La única hipótesis congruente fue que ellos sabían cómo hacerlo, sin haberlo estudiado explícitamente; sabían qué es un lenguaje literario aunque habitualmente no mostraban este conocimiento dentro de la vida escolar”[4]

Ese saber literario que pueden poner en juego los chicos, “sin haberlo estudiado explícitamente”, ese conocimiento si se quiere difuso pero efectivo a la hora de producir escritura es un aspecto crucial para empezar a reconsiderar el modo en que los jóvenes se acercan a la escritura: “son malos alumnos pero escriben literatura”.

Es evidente que la escritura personal da lugar a una posición de escritor rica y muy activa. Una posición que permite movilizar saberes que tal vez no salen a la luz frente a otro tipo de exigencia. Estrategias discursivas para poner por escrito experiencias, afectos e historias reales o inventadas que nos están diciendo claramente que los jóvenes se apropian de formas literarias fuera y dentro de la escuela y pueden ponerlas en juego frente a situaciones en las que escribir los compromete de alguna manera, los interpela porque eso que escriben tiene que ver con su subjetividad, sus experiencias o su imaginación.


Coda

Volver a pensar el lugar de esos escritos personales en el conjunto de las prácticas de enseñanza de la escritura es un desafío complejo para los que estamos comprometidos en una enseñanza más democrática e inclusiva. Sin embargo no se trata de considerar la escritura personal como una “metodología” novedosa e “innovadora” (de hecho no lo es en absoluto, además de que cualquier práctica que se presente así debería ser objeto de desconfianza). Un nuevo modelo “para enseñar a escribir”. Se trata más bien de cambiar el eje de las preguntas y situar en un lugar más interesante la relación de los jóvenes con a escritura. Mirar con más sutileza todo lo que se juega en términos subjetivos y sociales en la relación de una persona con la escritura.

Construir una mirada menos normativa y evaluadora sobre esa relación tal vez sea un camino para avanzar en una enseñanza más inclusiva y que garantice el derecho a la escritura para todos.


1] Girri, Alberto, en Encuesta a la Literatura Argentina Contemporánea, Buenos Aires, CEAL, 1982, pág. 73.

[3] Kalman, Judith. “El acceso a la cultura escrita: la participación social y la apropiación de conocimientos en eventos cotidianos de lectura y escritura” en Revista Mexicana de Investigación Educativa, Vol. VIII, Nro 17, Consejo Mexicano de Investigación Educativa, Mexico, enero-abril de 2003.

[4] Blanche-Benveniste, Claire, “La escritura del lenguaje dominguero” en Ferreiro, E. y Gómez Palacio, M. (comp) Nuevas perspectivas sobre los procesos de lectura y escritura, México, Siglo XXI, 1986.


Publicado en Media Revista. Revista cultural para profesores de escuelas medias. Publicación de la Escuela de Capacitación CePA. Ciudad de Buenos Aires. 2007.










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